viernes, 23 de diciembre de 2011

Sigmund Freud y los métodos del Psicoanálisis

El Psicoanálisis del griego psykhé (alma o mente) y análysis (análisis, en el sentido de examen o estudio), es una práctica terapéutica fundada por el neurólogo vienés Sigmund Freud alrededor de 1896. Consiste esencialmente en un método de investigación, que busca evidenciar la significación inconsciente de las palabras, actos y producciones imaginarias (sueños, fantasías, delirios) de un individuo, para explicar sus problemas emocionales o trastornos psicológicos.
El término Inconsciente se utiliza aquí para connotar el conjunto de los contenidos no presentes en el campo actual de la conciencia. Está constituido por contenidos reprimidos y mecanismo de defensa, cuya función consiste en mantener alejados de la consciencia determinados elementos que son dolorosos o inaceptables para el yo. A estos contenidos reprimidos el psicoanalista puede acceder aplicando algunas técnicas que se señalan a continuación:
a) La teoría dice que con una buena relajación, los conflictos inconscientes inevitablemente surgirán al exterior. Para ello la terapia ha de realizarse dentro de una atmósfera relajada, donde el paciente recostado en un diván habla, en lo posible, sin censura, sobre todo lo que siente y piensa, poniendo en palabras toda ocurrencia que le venga a la mente. Esta técnica se denomina Asociación libre y consiste en un diálogo entre terapeuta y paciente, donde el sujeto analizado ha de sentirse libre de expresar lo que quiera, independientemente de que sus palabras le parezcan absurdas, irrelevantes, desagradables o comprometedoras. Freud creía que cualquier cosa que dijera el paciente siempre significaba algo y era una potencial pista para llegar a conflictos inconscientes, incluso los chistes que sus pacientes contaban suponían para éste serios objetos de estudio.
b) Uno de los descubrimientos más importantes de Freud es que las emociones enterradas en el inconsciente suben a la superficie consciente durante los sueños, y que recordar fragmentos de los sueños pueden ayudar a destapar las emociones y los recuerdos enterrados del paciente. Por ello, para la terapia psicoanalítica, el Análisis de los sueños comprende una segunda técnica que permite al terapeuta liberar sucesos bloqueados en el paciente. A diferencia de lo que sus colegas psicólogos de la época creían, Freud sostiene que los sueños no son un producto psíquico desechable para el estudio de la personalidad, sino que representan un trabajo psíquico normal lleno de sentido.
c) Una tercera técnica del estudio psicoanalítico es el recurso de la hipnosis, ésta se define como un sueño inducido que se convierte en una instancia para recuperar recuerdos perdidos en el inconsciente. La hipnosis mejora la capacidad de recordar e incluso de nombrar detalles de hechos o sentimientos que conscientemente no se habían recogido o se encontraban reprimidos.
El objetivo de la terapia psicoanalítica, tal como Freud lo dijo una vez, es simplemente el de “hacer consciente lo inconsciente”. Para ello, el paciente ha de vencer las resistencias de los mecanismos de defensa y acceder al significado inconsciente de sus sentimientos y conductas. Este acceso al origen de la emoción traumática ocurre de forma repentina y dramática, es denominado Introspección o catarsis y consiste en hacer resurgir de forma verbalizada el trauma reprimido, en otras palabras, recordar y hablar sobre su trauma, es lo que permite luego al paciente superarlo y lograr así una vida más feliz.

El caso de Anna O.

Anna O fue paciente de uno de los maestros de Freud, Joseph Breuer, desde 1880 hasta 1882. Con 21 años de edad, Anna invirtió la mayoría de su tiempo cuidando de su padre enfermo, desarrollando una tos importante que no tenía una explicación física, así como dificultades para hablar, que finalizaron en un mutismo completo, seguido de expresiones solo en inglés, en vez de su lengua natal, el alemán.
Cuando su padre falleció, la paciente empezó a rechazar la comida y desarrolló una serie inusual y extraña de síntomas. Perdió la sensibilidad en las manos y pies, parálisis parciales y espasmos involuntarios. También presentaba alucinaciones visuales y visión de túnel. Toda vez que los médicos examinaban a Anna para estudiar estos síntomas que parecían físicos, no encontraban ninguna causa física demostrable.
Además de estos síntomas, por si no fuera poco, presentaba fantasías infantiloides, cambios dramáticos de humor y varios intentos de suicidio. El diagnóstico de Breuer fue de lo que se llamaba en aquel momento histeria lo que significaba que tenía síntomas que parecían físicos, pero no lo eran.
En las noches, Anna se sumía en unos estados de “hipnosis espontánea”, a los que la propia paciente designó “nubes”. Breuer se dio cuenta de que, a pesar de estos estados de trance, la paciente podía hablar de sus fantasías diurnas y de otras experiencias, sintiéndose mejor posteriormente. Anna llamó a estos episodios “limpieza de chimenea” y “la cura por la palabra”.
En algunas ocasiones, durante la “limpieza de chimenea”, Anna proporcionaba algunos datos que daban comprensión particular a algunos de sus síntomas. El primer dato sobrevino justo después de negarse a ingerir agua durante un tiempo: durante la hipnosis Anna recordaba ver a una mujer bebiendo agua de un vaso que un perro había lamido antes. Cuando recordaba esta imagen, se disgustaba y le sobrevenía una sensación intensa de asco. Su síntoma “la hidrofobia”, desapareció tan pronto se verbalizo y Breuer llamó catarsis, del griego referido a “limpieza”, a estos estados de recuperación espontánea.
Once años más tarde, Breuer y su asistente, Sigmund Freud, escribieron un libro sobre la Histeria, donde explicaban su teoría. En el señalan que toda histeria es el resultado de una experiencia traumática que no puede aceptarse en los valores y comprensión del mundo de una persona y que por ello es bloqueada. Las emociones asociadas al trauma, siguen ahí, pero, no se expresan de manera directa, sino de forma vaga e imprecisa a través de síntomas. Sólo a través de la hipnosis, en este caso, la paciente pudo llegar a comprender y verbalizar el origen de su síntoma. Al liberar las emociones reprimidas se produce la cura y los síntomas asociados a esta emoción desaparecen, ya que no necesitan expresarse a través de ellos.
En resumen, lo particular de la teoría psicoanalítica, es que considera que las representaciones del inconsciente tienen la facultad de incidir de manera decisiva en la vida psíquica del sujeto. Para los psicoanalistas, los síntomas propios de la neurosis o la histeria son el efecto de algo que el sujeto no conoce, pero lo suficientemente eficaz como para contrariar la misma voluntad de éste. Por ejemplo, en un síntoma como el insomnio, el propósito consciente de dormir, se ve obstaculizado por alguna preocupación inconsciente y el paciente, aún intentando con toda su voluntad dormir, no consigue hacerlo.
En función de lo expuesto, el psicoanálisis se caracteriza por considerar que la vida psíquica no tiene su centro emisor en la conciencia del hombre y en su racionalidad, sino en aquellos contenidos inconscientes para el sujeto. Por ello el interés de esta técnica de investigación, se dirige hacia el estudio de lo inconsciente determinando sus leyes y mecanismos de funcionamiento.




John Watson y el experimento “Pequeño Albert”

El conductismo es un movimiento en psicología desarrollado a principios del siglo XX por el psicólogo americano John Watson. Lo particular de ésta corriente es que pone énfasis sobre la conducta humana observable, que considera, ha de ser el objeto de estudio de la Psicología.
Hasta ese entonces, la psicología había sido considerada predominantemente como el estudio de las experiencias internas a través de métodos subjetivos o introspectivos. Watson no negaba la existencia de experiencias internas o inconscientes, pero insistía en que estas experiencias no podían ser estudiadas porque eran imposibles de observar. Desde su punto de vista, si la psicología continuaba teniendo como métodos de investigación, técnicas de análisis vagas u originadas en la superstición y la magia, jamás podría convertirse en ciencia. Es por esto que el conductismo, a diferencia del Psicoanálisis, para la observación y análisis de la conducta humana, se avoca al uso de procedimientos estrictamente objetivos, que consisten en experimentos de laboratorio diseñados para producir resultados estadísticos significativos.

El perro de Pavlov y el pequeño Albert

Cuando saboreamos una comida deliciosa, decimos que la boca "se nos hace agua" y empezamos a producir saliva de forma instantánea, sin embargo, también producimos saliva cuando sólo vemos u olemos una comida, e incluso cuando oímos hablar de ella ¿Por qué ocurre esto?
El premio Nobel ruso Iván Pavlov se interesó por estos fenómenos, y los investigó estudiando a los perros. Sus observaciones eran básicas, y se producía lo que hemos comentado anteriormente: Si pones comida en la boca de un perro hambriento, éste empieza a salivar. Éste proceso era algo normal, era el reflejo de la salivación, pero se dio cuenta de que, al igual que los humanos, los perros también producían saliva cuando veían comida, la olían o incluso cuando su dueño se acercaba a ellos.
Pavlov enseguida se dio cuenta de que esas relaciones de estímulo-respuesta no eran algo innato ¡Era imposible que el perro produjera saliva de forma natural sólo por ver a su dueño! Entonces, a partir de esta incógnita, Pavlov se lanzó a una serie de experimentos que le llevarían a formular su teoría del Condicionamiento clásico.
Antes de empezar con las pruebas, Pavlov les instaló un tubo de cristal en la boca a los perros, donde irían a parar los fluidos salivales. Entonces, cuando estaba hambriento, le presentó al perro algo de comida y recogieron la saliva producida. En otra ocasión, con el perro nuevamente hambriento, tocaron una campana y recogieron la saliva que produjo.
La saliva que produjo con la comida fue abundante, y con la campana fue casi nula. Hasta ahí lo lógico, pero ahora empiezan los experimentos interesantes. Pavlov combinó ambos elementos, tocando la campana (lo cual llamaremos "estímulo neutral", ya que no produce respuesta) e inmediatamente dándole la comida (lo cual llamaremos "estímulo incondicionado", ya que produce una respuesta natural). Naturalmente, esta combinación producía saliva debido al estímulo incondicionado.
Después de muchos días repitiendo la combinación, Pavlov volvió a tocar sólo la campana y... ¡Por fin! El perro empezó a producir saliva al oír la campana, aunque no hubiera nada de comida por allí. El estímulo neutro había pasado a convertirse en un "estímulo condicionado" (es decir, un estímulo que "avisa" de la llegada del estímulo incondicionado).
Ahora bien, ¿Éste proceso es irreversible? Es decir, cuando el sonido de la campana se convierte en un estímulo condicionado, ¿podemos lograr que vuelva a ser uno neutro? Claro que sí, y este retroceso se conoce como "extinción". Para conseguirlo, simplemente hay que aplicar numerosas veces el estímulo condicionado (el sonido de la campana), pero sin dar después el estímulo incondicionado (es decir, sin dar la comida después).
Y hasta ahí llega el experimento conocido como "El perro de Pavlov". Pero al inteligente lector de seguro le ha surgido una duda ¿Éste fenómeno se da en los humanos? La respuesta es un rotundo sí, y prueba de ello es el experimento conocido como "Pequeño Albert" de John Watson.

Experimento “Pequeño Albert”

Watson pasó a la historia de la Psicología por sus experimentos realizados junto a Rosalie Rayner para demostrar sus teorías acerca del condicionamiento de la reacción de miedo en un niño de once meses de edad y que ha pasado a la historia con la denominación de Pequeño Albert. En él Watson pretendía demostrar cómo los principios del condicionamiento clásico, recientemente descubierto por Iván Pavlov, podían aplicarse en la reacción de miedo de un niño ante una rata blanca. Según describen Watson y Rayner, el objetivo que perseguían con su experimento era dar respuesta a las siguientes preguntas:
1. ¿Puede condicionarse a un niño para que tema a un animal que aparece simultáneamente con un ruido fuerte?
2. ¿Se transferirá tal miedo a otros animales u objetos inanimados?
3. ¿Cuánto persistirá tal miedo?
El procedimiento seguido fue el siguiente: Se seleccionó a un niño sano de nueve meses, Albert, para el experimento. Se le examinó para determinar si existía en él un miedo previo a los objetos que se le iban a presentar (animales con pelo), examen que fue negativo. Sí se identificó un miedo a los sonidos fuertes (como golpear una lámina metálica con un martillo fuertemente).
El experimento dio comienzo cuando Albert tenía 11 meses y tres días. Consistía en presentar al niño una rata blanca (un estímulo neutro) y al instante golpear una barra de metal para provocar un ruidoso estruendo (lo cual sería el estímulo incondicionado, ya que hacía llorar al bebé de forma natural). Después de varios ensayos, el niño sollozó ante la presencia de una rata y posteriormente generalizó su respuesta a otros estímulos: éste mostraba una terrible fobia hacia todo lo que se pareciera a esa rata, como por ejemplo un perro, un conejo o incluso una máscara de Santa Claus (por la barba blanca).
La segunda fase del experimento consistía en quitarle el temor al pequeño Albert, pero por causas desconocidas, los experimentos pararon allí. Se cree que fue la madre del chico la que decidió que se interrumpieran las pruebas. Sea como sea, el resultado de este experimento fue bastante obvio: Muchas de las fobias que tenemos en la edad adulta vienen desde la infancia, y son realmente un simple estímulo condicionado, como los mencionados anteriormente.
El experimento con el pequeño Albert abrió el debate sobre la ética a la hora de experimentar con seres humanos, contribuyendo al establecimiento de límites para este tipo de experimentos. Por suerte, actualmente la ciencia mejora de una forma sostenible, gracias al correspondiente debate ético que conlleva cada experimento, hoy, el caso del “Pequeño Albert” no se hubiese podido realizar y además habría supuesto millones de detractores.





Género y Tendencias Sexuales

Sexo y Género

El sexo viene determinado por la naturaleza, una persona nace con sexo masculino o femenino. En cambio, el género, el ser varón o mujer, se aprende, puede ser educado, cambiado y manipulado.
Según la antropóloga Marta Lamas, “el género es el conjunto de ideas sobre la diferencia sexual, que atribuye características femeninas y masculinas a cada sexo, a sus actividades y conductas, y a las esferas de la vida; mientras que el sexo se refiere a las diferencias biológicas y naturales que las personas tenemos al nacer. De esta forma, el sexo está determinado por las características genéticas, hormonales, fisiológicas y funcionales que a los seres humanos nos diferencian biológicamente; y el género es el conjunto de características sociales y culturales asignadas a las personas en función de su sexo”.
Desde el momento en que nacemos, dependiendo de si se es niña o niño, empezamos a recibir un trato diferenciado por parte de quienes nos rodean. Se nos inculcan valores y creencias que desde pequeños delimitarán los atributos y las aspiraciones sociales que según nuestro sexo debemos tener. Por ejemplo, se promueve la destreza física, el liderazgo y la fuerza en los varones; mientras que en las niñas se fomenta la dulzura y la pasividad. Sin embargo, el hacer cosas que tradicionalmente hace el otro género, no implica un cambio de sexo, sino por el contrario, nos abre la posibilidad de compartir y decidir qué es lo que queremos ser y hacer.

Tendencias e Inclinaciones Sexuales


Toda organización social de ordenamiento de géneros, da lugar al establecimiento de la “normalidad” afectivo-sexual. Esto quiere decir que los discursos y las prácticas que emanan de las instancias de poder, instauran una “normalidad” afectivo-sexual aparentemente coherente, que prescribe la heterosexualidad como la norma (concepto que se redefine en términos sociológicos como “heterosexualidad institucionalizada” y “heterosexualidad obligatoria”) y el punto de referencia por excelencia. Así, un amplio espectro de realidades afectivas y sexuales como la homosexualidad, la bisexualidad y la tendencia transexual, quedan al margen de toda posibilidad de articulación en un sentido positivo, al ser catalogadas como minorías sexuales y “desviaciones” del recto camino.

Hoy en día cobran fuerza las polémicas en torno a la “tolerancia”, el respeto a la diferencia, y la “aceptación” de éstas minorías sexuales dentro de la sociedad. Ya sea en el discurso político o en el que se produce cotidianamente en nuestras calles. Muchos se preguntan si el hecho de que ellos y ellas estén ahí, mucho más visibles ahora que antaño, es síntoma del resquebrajamiento de un ordenamiento y una moral sexual que antes los excluía y los negaba. Ante un contexto más “tolerante”, o menos hostil, las minorías sexuales, en sentido general, viven más abiertamente su orientación sexual y empiezan a emerger a la luz pública y a formar parte de las historias cotidianas. Dicha situación ha llevado a veces a hablar de “explosión” y “destape” (como efectos del proceso al cual se le llama, sobre todo en el mundo anglosajón, “salir del closet”) al hablar de la impactante visibilización pública de este fenómeno.

Glosario
1-Heterosexual: la persona heterosexual es aquella que siente atracción, amor o mantiene relaciones sexuales hacia el sexo opuesto.
2-Homosexual: la persona homosexual es la persona que siente atracción, amor o mantiene relaciones sexuales con personas del mismo sexo.
3-Bisexual: una persona bisexual puede sentir atracción, amor o tener relaciones sexuales con personas de ambos sexos.
4-Transexual: el transexual es la persona que habiendo nacido con un sexo biológico dado, busca convertirse en el otro mediante cambios físicos permanentes.